Elizabeth Montaño, 33 años – San Lorenzo

Yo no viví con mis padres, mi infancia fue muy dura, no tuve un referente familiar cercano ni la oportunidad de estudiar. Crecí un poco y fui a la escuela, pero ya debía trabajar para solventar algunas de mis necesidades, así que no pude aprovechar mi educación. Más adelante me convertí en madre soltera y cada vez mi vida se veía condenada a la pobreza y al sacrificio para sacar adelante a mis hijos.

Vivo en una ciudad donde la mayoría de personas con similares situaciones a las mías trabaja más de doce horas diarias en condiciones muy malas, de riesgo y por tan solo 150 dólares mensuales; yo trabajaba en la limpieza o de barrendera en las calles. No tenía tiempo para atender a mis hijos, darles de comer o llevarlos a la escuela.

Lo más difícil que me ha pasado en la vida es ser madre soltera, porque uno como mamá quiere solo lo mejor para los hijos, pero no se puede. Es desesperante, pero uno no puede darse el lujo de quejarse o rendirse. Trabajar todo el día, lavar, cocinar y cuidar a los niños no dejaba tiempo ni siquiera para preguntarles cómo estuvo su día, darles un beso de buenas noches o acompañarlos en los pequeños logros que van teniendo.

Fue cuando pasaba situaciones críticas que me enteré de la propuesta de la Fundación y sin dudarlo fui a buscar ayuda. Creo que es lo mejor que me ha pasado. Tan solo recibir la mochila con útiles escolares ha sido una ayuda inmensa. Ahora tengo total confianza de que mis hijos pueden aprovechar la oportunidad de estudiar, servirse un almuerzo y hacer los deberes. Gracias a la ayuda de los educadores, ellos salen de clases y van directamente al Proyecto. Esto me permite trabajar con la tranquilidad de que están en un lugar donde reciben atención y así se mantienen alejados de las drogas y los malos hábitos.

Gracias al Proyecto Salesiano muchas madres encontramos un apoyo que no hay en cualquier lugar, el tener la seguridad de que nuestros hijos comen, hacen los deberes y aprenden, nos da la esperanza de pensar en un futuro. Yo sueño con el día en que todo mi esfuerzo valga la pena, ver a mis hijos convertidos en profesionales; a futuro espero verlos felices y con mucho conocimiento.

Estoy segura de que la ayuda que nos han brindado durante estos años no ha sido desperdiciada. Tantas familias hemos sido beneficiadas del gran corazón de quienes han creído en nosotros y gracias a ellos hemos logrado superar las dificultades que se nos presentan a diario.

Sepan que los niños que están en la Fundación quieren salir adelante y no podemos dejarlos solos, ¡sus sueños valen la pena! Por eso y por mucho más, les agradecemos todo lo que han hecho desinteresadamente por nosotros.